martes, 15 de mayo de 2007

La disciplina se adquiere, no se nace con ella

Es sorprendente descubrir cuántos significados tiene la palabra «disciplina». Por ejemplo, la «disciplina» es un instrumento, generalmente hecho de cáñamo, con varios ramales, cuyos extremos son más gruesos. Ese instrumento se usa para azotar o para azotarse. Por eso se llamaba «disciplinante» a la persona otras veces llamada «flagelante» que en los días de la celebración católica de la Semana Santa caminaba por el pueblo azotándose a sí misma y rezando las distintas «estaciones de la pasión».

También se les decía «disciplinantes de luz» a los que en las procesiones iban alumbrando con hachas y cirios a quienes se castigaban con tales disciplinas. En Cuba hay una planta parásita, de largos tallos articulados, pero sin hojas, que igualmente se llama «disciplina». Por otra parte, la palabra «disciplina» también se usa para aludir a una ciencia, un arte, una facultad; o para referirse al conjunto de reglas existentes para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de una colectividad; o para describir normas o métodos en el modo de vivir (por ejemplo, «Fulano es una persona disciplinada»).

También hay variedad de definiciones en las estructuras religiosas. A veces, la «disciplina» está asociada al «discipulado» (como lo demuestra su origen etimológico) y se la describe como la doctrina o instrucción transmitida a una persona, especialmente en lo moral y lo espiritual. Hay estructuras eclesiásticas que conciben la «disciplina» como la observancia de leyes y ordenamientos propios de la institución, o el acceso a ciertos conocimientos avanzados. Esto ocurría, por ejemplo, en los primeros tiempos del cristianismo, cuando se practicaba la llamada «disciplina arcani» o «disciplina del secreto», que impedía revelar algunas doctrinas más profundas (como la Trinidad) a muchos de los recién convertidos, hasta que tuvieran una mayor madurez espiritual. En la Iglesia Católica Romana existe la «disciplina eclesiástica», que es el conjunto de las disposiciones morales y canónicas de esa iglesia, y se relaciona con el Derecho canónico.

Pero el Derecho canónico es teórico, en tanto que la «disciplina eclesiástica» es, ante todo, práctica, y toma en cuenta el contexto, la diversidad de caracteres, los temperamentos y los modos de ser de los pueblos entre los que ejerce su misión. En tanto el Derecho canónico tiene mayor relación con los dogmas invariables, la disciplina eclesiástica suele, en determinadas ocasiones, adaptarse a las circunstancias.

Pero, ¿qué es, para nosotros, cristianos evangélicos, la «disciplina»? En pocas palabras diríamos que «la disciplina es la manera práctica con que el Espíritu Santo nos hace mejores discípulos de Jesucristo». Como veremos en el presente tema, es también una actitud aparentemente paradójica: El Señor quiere que tengamos dominio propio, que tengamos el control de nuestras actitudes, que no seamos indisciplinados; pero Él también quiere tener el completo control de nuestra vida. En este sentido, disciplina es someterse incondicionalmente al señorío de Jesucristo. Esa sujeción lleva implícito un proceso de continuo aprendizaje y permanente obediencia. Pablo le dice a Timoteo: «Ejercítate para la piedad» (1 Ti. 4:7). En Hebreos 5:14 se hace referencia a «los que han alcanzado madurez, ...los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal». Puede parecernos redundante, pero para desarrollar el hábito de la disciplina, hay que disciplinarse. Algo parecido ocurre en el nivel secular: Para ser un médico disciplinado, tengo que ser un estudiante disciplinado.

No es correcto, pues, considerar al vocablo «disciplina» tan sólo como un sinónimo de «castigo». La Biblia dice: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (He. 12:5-6). El versículo 7, en la paráfrasis de «La Biblia al Día», dice: «Dejemos que Él nos discipline, porque así es como cualquier padre amoroso educa a sus hijos». En otras palabras, se puede definir la «disciplina» como el camino que Dios sigue para educarnos. Por eso «disciplina» y «discípulo» tienen la misma raíz.

La disciplina en mí mismo

En mi adolescencia fui alumno de dos colegios donde se practicaba una estricta disciplina. Uno de esos institutos tenía un rigor intolerable, y yo fui amonestado varias veces por mi costumbre de hacer chistes. Estaba prohibido violar las reglas. Cuando el profesor entraba al salón de clases todos debíamos ponernos de pie y decir en voz alta, respetuosamente, «Buenos días, señor profesor» en forma unánime. Si alguien se atrasaba y terminaba una sílaba más tarde, era duramente reprendido. En los cursos de gimnasia marchábamos «a paso de ganso». En el coro, entonábamos canciones militares. Después fui a otro colegio donde la disciplina era igualmente rígida. Yo tenía 15 años de edad y una vez estornudé sonoramente en el laboratorio de química. Los demás alumnos rieron a carcajadas, pero el profesor me ordenó salir del aula y presentarme a las autoridades del colegio para recibir la correspondiente sanción disciplinaria. En ese tiempo yo no aceptaba ni entendía esta clase de disciplina. Por añadidura, en la iglesia los diáconos nos reprendían severamente cuando los adolescentes cometíamos alguna travesura. Por supuesto, a veces merecíamos un castigo, como la vez que, poco antes del culto, metimos un perro en el interior de la plataforma donde se apoyaba el púlpito, que comenzó a ladrar cuando el pastor (que era mi padre) inició su mensaje. Cuando cumplí dieciocho años tuve mi primer empleo, en una empresa secular, donde aprendí otras normas de disciplina que hasta entonces había desconocido.

Gracias a Dios, la disciplina que me enseñaron los profesores, los predicadores, los diáconos y otros, incluyendo a mis mayores, mis padres, mis maestros de la escuela dominical, mi novia, mis consejeros cristianos, etc., me hizo adquirir sanas normas de conducta, sobre todo las que están fundadas en la Sagrada Escritura. Es difícil ser disciplinado sin haber aprendido a disciplinarse. Acostumbrarse a leer la Biblia, a orar, a ofrendar, a tener una agenda, a ordenar los compromisos, a distribuir bien el tiempo, a administrar bien el dinero, a respetar y obedecer los mandamientos del Señor, no siempre es fruto de un impulso espontáneo. La disciplina se adquiere, no se nace con ella. Además, todos necesitamos ser exhortados y amonestados para corregir nuestros errores y abandonar nuestros hábitos pecaminosos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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